Lápiz y papel, por favor, y a anotar cada uno de estos tips ultra prácticos y simples para aplicar en casa y disfrutar al máximo de los mejores maridajes entre vinos y comidas.

Cuando vamos a la mesa, encontrar los mejores maridajes entre vinos y comidas es casi, casi, casi como un arte que eleva la experiencia culinaria. Parece que no, pero de verdad un pequeño cambio en el vino, en el ingrediente o una especia, puede marcar distinta la cancha.

Acá quiero compartirte una breve pero intensa exploración de maridajes express, con consejos prácticos para realzar la armonía entre platos y etiquetas. No importa si es una cena cotidiana o una ocasión súper especial… acompañame y descubramos juntos cómo elegir el vino indicado.

La barrica condiciona. El paso de un tinto por roble da notas dulces y ahumadas, factor a tener en cuenta para el maridaje. Postres de chocolate, ahumados y comidas agridulces explican el porqué de su éxito cuando se los combina con etiquetas en contacto con madera. También hay que evaluar los blancos con madera, que son divinos para los postres en donde gana la canela, la vainilla, los crumbles y la crema. Y para un salmón ahumado, por ejemplo, ni te cuento.

Cualquier corte de carne roja al horno va perfecta con tintos. Sin vueltas. Eso sí: presta atención a las hierbas con las que condimentan. El romero queda muy rico con un Cabernet Sauvignon de zonas frías, porque desarrollan cierto aroma fresco, como mentolado; el perejil con los rosados y el orégano con el Merlot.

Los buenos maridajes no son sinónimo de un presupuesto sideral. Las comidas de todos los días pueden destacarse todavía más si las acompañamos de un rico vino, de los que vemos de oferta por ahí. ¿Ideas? Ensaladas con Sauvignon Blanc jóvenes, pastel de papas con un Cabernet Sauvignon bien especiado o una tortilla de papas de la mano de un Tempranillo livianito sin madera (o con poquita).

Si es época de guisados, pensá en elegir tintos robustos, de los que casi se muerden. Si sos de los más osados, probá un maridaje por contraste: un Sauvignon Blanc o un Albariño contundentemente frescos (casi, casi sacados del freezer) chocan y generan una sensación fabulosa en el paladar.

Siempre es recomendable contar con una buena batería de comodines a mano. Hablamos de esas etiquetas que no tienen la simpleza extrema de un blanco suavezón pero tampoco la potencia de un gran tinto. Un Chardonnay criado en madera, algún rosado o un Merlot, por ejemplo.

Es una generalización gigantesca, pero las texturas en un plato también condicionan la decisión del vino a elegir. Una textura crocante como las de unas papas fritas o la masa hojaldrada de una tarta, en general, marida mejor con tintos. Y a lo que sea blanco, démosle acidez: pescados o sopas, por ejemplo.

¿Arroz, fideos, polenta? Su alianza con vinos mucho depende de lo que los acompañe. Incluso la masa de la pizza o una tostada. Pensemos en lo que tiene por encima, porque eso es lo que hará la diferencia.

No descuidemos las burbujas, que pueden transformar una noche más después de un día agitado en una especial, aunque al otro día haya que volver a trabajar. Los grandes espumosos rosados, por ejemplo, tienen una estructura suficiente como para maridar desde pastas rellenas hasta pollo o cerdo.