Si existe una generalización posible, acá va. Aunque cada Malbec depende de su región, el enólogo, la filosofía de la bodega y mil etcéteras, hay algunas características que deberíamos exigirles. ¿Cómo es un vino Malbec? Acá te lo cuento.
Yo andaba con los libros en la mano. Fotocopias, libracos de miles de páginas y algunas hojas impresas de la web. Estaba arrancando mi carrera de sommelier, todavía encantado con toda esa teoría que, aun hoy, sigo descartando a troche y moche. No toda, claro, pero sí es cierto que cuando uno se forma, se aprenden muchas reglas que, luego, en la realidad del día a día, terminás descreyendo por completo.
Una era ésta: ¿a qué debe saber un Malbec? ¿Qué esperar de él? Tenía que sea liviano, algo similar al Merlot, mucho menos intenso que un Cabernet. De nariz fresca, repleta de perfumes a mermelada de ciruelas y violetas. Una boca ni tan sutil ni tan estructurada, con taninos marcaditos, divinos para disfrutarlos de joven.
Después vas a la góndola, descorchás un tintísimo de los que reinaban algunos años atrás, lleno de madera y extracción y entonces la idea del Malbec “comodín” la echás por la borda.
Ojo, esto no es malo. Lo más hermoso que tiene el mundo del vino es que no existe posibilidad de enmarcarlo. Aunque haya mil concursos con medallas que definen qué es bueno y qué no, y aunque incluso en esta web ustedes lean mil comentarios míos de unos y otros. Pasa con el Malbec, pero también con cualquier otra uva: el universo vinícola es imposible de abrazar, siempre se nos escapa algo.
Por eso, y aunque estas explicaciones de lo que esperar de un Malbec nos sirven, lo mejor es que nuestro paladar hable por sí solo y que, en ese recorrido, descubramos que nuestra uva emblema tiene mil caras… y que todas ellas están requetebién.