No nos es exclusivo. Hay Malbec no argentinos, mucho más allá de nuestras fronteras. ¿Buenos? ¿Mejores? ¿No nos llegan ni a los talones? Ni tanto ni tan poco, hoy vamos a andar el camino de la tinta emblema local cuando salta nuestros bordes.
Argentina encabeza, eso ya lo dijimos, pero también hay producciones interesantes de Malbec en Francia e Italia. Juntos, forman el TOP 3 de producción del varietal. Pero hay más: recuerdo cuando, ya hace seis años, escribí En busca de… el otro Malbec, como excusa para contarles de mi reciente viaje al Valle de Napa, en California, Estados Unidos.
Estados Unidos, de hecho, es el séptimo país en importancia. Elaboran más Malbec que él, España, Sudáfrica y Nueva Zelanda. También en Chile y en Uruguay, nuestros coterráneos sudamericanos, su producción es importante.
Pero para qué engañarnos, Argentina es ama y señora en la escena mundial y, si hacemos un paneo internacional, solo vale realmente la pena una escala en su nacimiento, la bellísima región francesa de Cahors. Hablemos un poco de eso.
El vino negro de Cahors
Sí, claro, porque así se lo conoció en su hogar natal, en Francia, a ese tinto ultra denso. ¿Por qué negro? Porque en su tonalidad no caben matices. Una oscuridad absoluta que intimida se hace presente en estos vinos que hoy, gracias al poder del Malbec argentino, comienzan a resurgir. Resulta que estas etiquetas tuvieron desde siempre una fuerte predominancia de la cepa emblemática argentina (aunque los galos la denominan Côt) que, a su vez, es complementada con Merlot y Tannat.
No muchas cosas lo hacen tan especial a este vino; su elaboración es más bien clásica y sus aromas son ni más ni menos que lo que podríamos esperar de un tinto complejo. Es su color el que siempre lo ha definido y el que lo ha vuelto mundialmente reconocido a lo largo de la historia.
Claro que Cahors es una región pequeña que apenas supera las 4.000 hectáreas, pero en su momento supo hablarse de ella en los cinco continentes. Amado por emperadores romanos y zares rusos, Pedro I de Rusia (‘Pedro El Grande’, para los amigos) insistió en que el gran contenido tánico de estos tintos había curado su úlcera y ayudado a proteger su delicado estómago. Seguramente eran excusas (¿quién no diría lo contrario?), pero el resultado fue una propagación fenomenal de su consumo. En Roma también desde los emperadores hasta el clero encontraron en los vinos de Cahors la bebida ideal para llenar sus copas.
El intenso contenido alcohólico (que, en aquellos tiempos superaba incluso el 15%) de los vinos lo convertían no solo en el más oscuro, sino también en uno de los más potentes. El Papa Juan XXII, nacido en Cahors, promovió el resurgimiento de los vinos de la región en el siglo XIV, seduciendo e invitando también al puerto de Burdeos, muy cerca, a que se interesara en ellos también.
Lo más terrible llegó a Europa a finales del siglo XIX, cuando la filoxera atacó todos los viñedos y, desde esos tiempos hasta nuestros días, el vino de Cahors ha tenido una realidad algo desdibujada. Hoy, sumándose al furor internacional por el Malbec argentino, en Francia vieron con buenos ojos la situación y decidieron sumarse a este éxito, utilizando expresiones como “Cahors, capital del Malbec” cuando, algún tiempo atrás, la utilización de la palabra “Malbec” en aquellas tierras era totalmente impensado.