Un recorrido para foodies de diez días por Nueva Zelanda, devorándome de punta a punta la Isla Norte para conocer maoríes, impregnarme de platos asiáticos y descorchar mucho, mucho Sauvignon.
El cielo estaba manchado de negro y las olas trepaban alto en el estrecho de Cook. Esa mañana en Wellington se inició un tanto caótica, porque el ticket auguraba llegar a la Isla Sur, pero el clima tenía otra intención en mente.
Hasta ahí, los días en Nueva Zelanda habían sido asombrosos.
Era mi segunda vez en el país, después de una primera visita un decenio atrás. En aquellos tiempos mi cabeza estaba más concentrada en conocer a los curiosos animales que se parecían a la fruta verde y exótica que en beber de a mil copas.
Tiempos que… digamos… prefiero olvidar.
En esta oportunidad la visita tenía otro sabor, claro. Un sabor a lattes preparados con astucia en carros callejeros poco improvisados dentro de containers. Sabor a Riesling, pero del bueno, de ése que te transporta a la Alemania profunda.
Nueva Zelanda se presentaba distinta, y yo iba con más hambre y con más sed que nunca.
Nueva Zelanda es pura diversidad
Si alguien me consulta sobre un único rasgo a destacar de este viaje, la respuesta no deja lugar a dudas: la diversidad. En su geografía, como punto uno, con esa lluvia torrencial casi tropical separada apenas un par de kilómetros de la niebla, de las playas paraíso, del campo fértil de pasturas. Pero esa misma diversidad es la que entrega caras distintas e incluso opuestas de vinos tan reconocidos internacionalmente; sus Sauvignon Blanc, claramente, pero Nueva Zelanda demostró en los últimos años ser mucho, mucho más que blancos insolentes que hielan las encías de acidez.
La primera parada vitivinícola fue al día siguiente al arribo. Fue en Waikeke, una pequeñísima isla a la que se accede en ferry desde el puerto principal de Auckland. Una zona seca y caliente, distante en clima y concepto a lo que Nueva Zelanda está acostumbrada y, justamente por eso, es esta región en donde se elaboran alguno de los mejores Shiraz y los más interesantes blends a base de Cabernet Sauvignon e inspirados en las clásicas combinaciones de Burdeos.
También pensar en el pintoresco Pinot Noir en el más pintoresco Martinborough: un pueblito de apenas 3.000 habitantes netamente criado y madurado en torno a la industria del vino.
Una zona nueva (la vitivinicultura en el país es muy reciente… caminar a través de viñedos que superen los 40 años es todo un logro) que cuenta más bodegas que civiles y en donde también los restaurantes de lujo son una constante.
¿Y qué hay de comer?
Nueva Zelanda es un terreno salpicado por lo bajo del planisferio, alejado varios cientos de kilómetros de sus vecinos más próximos pero que, lejos de lo que podría parecer, es de lo más cosmopolita.
Por las calles transitan libremente universitarios asiáticos y restaurantes étnicos que se entrelazan con comunidades nativas y sabores de influencia británica. Todo eso concluye entre sartenes, en la cocina, con una batería enorme de productos de granja, desde corderos hasta faisanes y manteca de primera. Fish and chips, venado, salmones, frutos de mar de a centenares y la divina pavlova, prócer dulce local.
¿Y de la cocina neozelandesa tradicional, qué ha quedado? ¿Esa de raíces autóctonas que cava en la tierra para cocinar con piedras calientes? Poco ve de ella un turista, a menos que disfruten de una cena típica en Te Puia, Rotorua, junto a una comunidad maorí que mantiene viva las tradiciones… cuestión claramente recomendable.
Quedará para la próxima vez la Isla Sur, que, comentan, es por sus paisajes el rincón más lindo del país. Pero las olas de ocho metros en aquella negra Wellington me habían regalado, sin quererlo, la mejor excusa para volver a sacar pasajes y concretar el objetivo mayor: masticar toda Nueva Zelanda.
Un comentario
Felicitaciones Mariano, en primer lugar por haber sido nominado por un pais extranjero como comunicador de los vinos en el presente año, luego por los esplendidos detalles que das de tus viajes por distintos paises y tambien por la gran experiencia que recoges para tu metier en las puntuales visitas a viñedos y sus derivados en todo el mundo. Un gran abrazo.