Quizás es por quienes banalizan tu uso o, lo peor, porque siempre me dejás en evidencia cuando quiero servir con vos y mancho a troche y moche. Pero algún día tenías que saberlo, decantador. Sabé que te detesto.
Me considero un sommelier bastante contrario a las normas, sobre todo con el decantador.
Soy un enamorado del vino, de eso no quedan dudas, pero cuando hablamos de las tareas propias y exclusivas de un sommelier, la cosa se complica. Un tanto torpe para el servicio, poco paciente, demasiado verborrágico y algo esquivo a tanto palabrerío típico.
Ayer leía un artículo sobre este tema que escribió el staff de Wine Spectator, la conocida revista norteamericana. En ella explican un poco el por qué del decantado. Y me llené de rabia. En el artículo aseguran que hay dos objetivos principales: la separación de los sedimentos del líquido y la aireación. Con el primero vamos perfecto porque, de hecho, éste es el objetivo del decantador: el de separar los posos (sí, éstos se escriben con “s”), sedimentos o borras del vino. Pero con el segundo punto, el de la aireación, no cedo.
En este episodio del podcast también te lo contaba.
Leyendo el artículo de Wine Spectator me di cuenta, quizás, de que son los nuevos países productores los que defienden la utilización «indiscriminada» del decantador. Es cierto que el vino cambia en el decantador, que «se abre»… pero puede abrirse en la copa y permitirnos analizar esa evolución. En el decantador eso es imposible…
Les confieso que tengo un par de decanters en casa. Algunos para hacer fotos y Reels (que intentan ser) graciosos. Pero en casa, los he usado muy muy pocas veces… y en su mayoría fue innecesario.
Ahora sí, después de haber utilizado este espacio como medio de descargo, pido permiso para marcharme. Por ahí es por quienes banalizan tu uso o, quizás, porque me dejás en evidencia cuando quiero servir con vos y mancho a troche y moche. Pero tenés que saberlo. Decantador: te odio.