Yo los llamo «antimaridajes». O ésos que quedan borroneados en cuanto los ponés sobre la mesa. Existir, existen, y muchas veces vienen escondidos detrás de una gran inversión. Así que antes de meter la pata, mejor darle una mirada a esta nota.
No recuerdo bien la añada que de esa etiqueta, pero el tinto en cuestión acumulaba más de 30 años desde cosechada sus uvas. Era un Pinot Noir (el vino del amor, recuerden que hay un #MeLoDijoBraga que lo asegura) de color rojo tenue, ya deslucido por todas las primaveras que habían corrido bajo sus pies. Un Pinot Noir borgoñón perfumado hasta el empacho, con ese olor intenso a tierra y cerezas que, dicen, solo un entendido es capaz de disfrutar.
Su descorche fue un acontecimiento, imagínense. No todos los días uno se enfrenta a oportunidades semejantes. ¿La compañía? Un ojo de bife de carne Wagyu, de las más cotizadas del planeta. ¿El resultado de la combinación? Una total catástrofe.
Por ahí no está en los libros, pero me encanta hablar de ellos. De hecho, en nuestro flamante curso ABC del maridaje le dedicamos una lección entera a ellos. Y es que yo soy un convencido de que existen. Vinos que se opacan ante un plato lleno o que, por el contrario, muestran su mejor faceta cuando se los bebe solitos. Etiquetas, marcas, experiencias que se embotellan con mucho para contar y que, en cualquier caso, representan la regla número uno del antimaridaje: mejor solos que (mal) acompañados.
Imagino que muchos de ustedes se oponen con vehemencia al maridaje. Muchos directamente odian la palabra, y pareciera existir cierto halo snob en denostar la idea de combinar bebidas y comidas. No es ése mi caso: me gusta elegirle una copa a un plato y, en muchos casos, el resultado que se alcanza supera la media.
Ahora bien, el maridaje se basa en la teoría de que todo eslabón debe necesariamente potenciarse; un juego de sabores en el que la intensidad de un bocado decline al tiempo que ingresa a la boca un sorbo de igual vigor. ¿Pero qué ocurre cuando una de las piezas está concebida para brillar en forma solitaria, predestinada a una total y absoluta monarquía de sabor? Aquel veterano Pinot Noir almacenaba tanta sutileza y refinamiento en la acidez de su boca, que incluso un corte elegante de carne podía opacarlo, dejándolo desnudo y expuesto. Hasta me salió poético el asunto.
Esa noche, la compañía perfecta debería haber sido la sobremesa, la calma glotona que únicamente logra ser saciada con un vino que merezca su espacio de soledad, para ser protagonista único.
Puede ocurrir con un oporto vintage o algún Champagne especial, pero también con ese vino que guardamos celosos en la cava desde hace añares. Lo importante es entender que siempre existen razones intensas para descorchar… aun cuando ninguna migaja de ese disfrute suceda sobre la mesa.
¿Te gustaría seguir aprendiendo de maridajes? Bueno, tengo una gran noticia para darte, porque acabamos de lanzar ABC DEL MARIDAJE, un nuevo curso virtual para entender cómo funciona el mundo las combinaciones de platos y copas. Casi 20 años experimentando maridajes, condensados en un curso espectacular.
¡A aprovechar el precio promocional por lanzamiento!
EN ESTE LINK PODÉS LEER EL PROGRAMA COMPLETO Y ARRANCAR HOY MISMO.
6 comentarios
Me gusta probar, experimentar, y porque no errarle…
Trato en lo posible que esos errores ocurran cuando descorcho solo para mi. Cuando tengo invitados voy a lo seguro o a lo que ya tengo probado.
Excelente Gustavo!
. Excelente ! Gracias por la claridad! Abrazo
Gracias Vicky!!!
Buena nota Mariano!!
Soy de romper las reglas, me gustan los tintos con pescado y los blancos con carne, aunque entiendo muy bien el concepto del maridaje. Solo elijo vivir sin corsets. Veo que mucha gente solo por el hecho de pedir pescado se siente obligado a pedir un blanco.
Creo que tenemos que ser más descontracturados y simplemente disfrutar…
Te sigo siempre, gracias por iluminarnos!
Abrazos. Marcos
De acuerdo en un 100%, y gracias por las palabras!!!