Difícil definir cómo sería el mejor vino del mundo pero, estoy seguro, es todavía más complicado elegir esa etiqueta que lo sintetiza. Bue… qué más da… probablemente más de uno, cuando pensamos en ese puesto, vamos directo al Pétrus.
Originalmente, Pétrus fue un viñedo de apenas 7 hectáreas, aunque hoy su superficie se amplió sutilmente hasta alcanzar las 11,4. Casi exclusivamente Merlot, solo intercalado por algunas viñas de Cabernet Franc, y proveniente de Pomerol, una zona hoy muy cotizada cercana a Burdeos, Francia, pero por mucho tiempo dejada a un lado. De hecho, ningún vino de Pomerol fue clasificado jamás, aun a pesar de los precios exorbitantes que pueden alcanzar algunos ejemplares nacidos de aquellos pagos.
Pero no es Château, no, no, no
“Château” significa “castillo” en francés, y es una palabra muy empleada en las bodegas galas ya que, por lo general, las más afamadas casas vitivinícolas del país contaban (y cuentan al día de hoy) con una enorme casona de campo propiedad de la nobleza, y rodeada de viñedos. Ése es el espíritu del château francés: la bodega y sus viñas a tan solo algunos metros de distancia. En la propiedad de Pétrus, sin embargo, no existe tal casona y, por eso, es preferible llamarlo sencillamente “Pétrus” y no “Château Pétrus”.
Pues bien, este ícono vinícola fue propiedad de la acaudalada familia Arnaud hasta finales de la II Guerra Mundial, cuando fue vendido definitivamente a la viuda de Loubat (propietaria del Hotel Loubat en la ciudad de Libourne y quien también había sido dueña del Château Latour à Pomerol). Ella había ido adquiriendo la propiedad progresivamente y también fue gracias a ella que el tinto de Pétrus comenzó a ganar fama sin igual, comercializándose con enorme éxito internacional, fundamentalmente en los Estados Unidos e Inglaterra.
El prestigio de Pétrus creció escandalosamente en los Estados Unidos durante la década de 1960, sobre todo gracias a la difusión que le supieron dar en el icónico restaurante Le Pavillon de Nueva York, cuando se servía esta etiqueta cada vez que Aristóteles Onassis se sentaba a su mesa; desde allí, Pétrus se transformó en un símbolo inigualable de estatus para la clase alta norteamericana.
Pétrus hoy
Tras la muerte de Loubat, la finca pasó a manos de su familia, quienes luego la vendieron a Jean-Pierre Moueix. Con su fallecimiento, en el año 2003, su hijo mayor Jean-François tomó su lugar. Algún tiempo antes, en 1969, se habían incorporado otras casi cinco hectáreas a la propiedad gracias a la compra de tierras del vecino Château Gazin, finalizando en las 11,4 hectáreas de viñedos con la que actualmente cuenta Pétrus.
Hoy, en total, un 95% de la superficie está ocupada por Merlot y un 5% de Cabernet Franc, utilizándose esta última solo en algunas cosechas. Contrariamente a lo que ocurre con la mayoría de los grandes châteaux de Burdeos, Pétrus no cuenta con una segunda etiqueta de menor calidad. Todo termina llenando la botella de su icónica y única marca. Quizás por eso, quizás por su calidad, quizás por su mística o, probablemente, por la mezcla ideal de todo aquello, es que el Pétrus resulta tan emblemático.