Con la excusa del deporte de por medio, en varios puntos de la Argentina han comenzado a surgir espléndidas canchas de golf entre viñedos que proponen compartir un momento inolvidable.
A primera vista, vino y deporte podrían parecer dos conceptos casi opuestos. En una realidad que consagra el cuidado de la salud, permitirse el disfrute de una bebida alcohólica puede representar, para muchos, una actividad no del todo oportuna.
Afortunadamente existen excepciones, y el golf pareciera haberse convertido en el deporte estrella para los amantes de la buena bebida. ¿Por qué? Porque este pasatiempo, lejos de significar un fuerte desgaste físico, plantea el divertimento en torno a la tranquilidad y, más importante aún, al disfrute y el turismo.
Tengo que serles sincero: si estableciésemos un camino imaginario que viajara desde los vinos hasta el deporte, yo estaría mucho más próximo al de mi bebida favorita. Todavía más, en un intento por practicar golf, hace apenas unos meses atrás, confieso que solamente concurrí una única clase… a pesar de que el instructor sugirió que mi swing era prometedor. Pero, también en aquella breve experiencia, hubo algo que me quedó muy claro: como en el vino, el golf va mucho más allá de lo que ven los ojos. El post partido y la reunión de amigos en torno a la mesa luego de un juego son casi o más importantes que el deporte en sí.
Ahí, obviamente, el vino viene a jugar su papel. Se calcula que, solamente en lo que respecta al turismo generado por el golf, en España por ejemplo se recaudan aproximadamente 1.200 millones de euros anuales, toda una cifra teniendo en cuenta las actividades paralelas de un deporte que, a simple vista, puede parecer escueto.
El vino como una forma de vivir
Un caso paradigmático en Argentina es el Tupungato Winelands: 800 hectáreas en donde cualquier persona tiene la posibilidad de disfrutar de una finca con viñedos privados o de un lote con vistas a una magnífica cancha de golf. “Un lugar donde la experiencia del vino se completa con instalaciones de clase mundial, una cancha de golf que preserva y enaltece el paisaje del desierto, sumándole pinceladas de verde intenso al mágico terruño y dos canchas de polo custodiadas por un gigante que se deja ver cada mañana, el cerro Tupungato”, nos cuentan desde Burco America, empresa a cargo del desarrollo del proyecto.
Otro ejemplo muy representativo es el de Algodon Wine Estates, en San Rafael. Allí, los huéspedes de la finca pueden disfrutar de un lujoso alojamiento, visitas guiadas a los viñedos, catas realizadas en su bodega y una exquisita selección de platos de la mejor cocina tradicional argentina servida en su restaurant. Además, claro, hay una cancha de golf profesional de nueve hoyos que literalmente se entremezcla con los viñedos en un paisaje encantador.
Estos dos casos no son aislados. Sucede que en el país, las grandes extensiones que acompañan las principales regiones vitivinícolas permiten la confluencia, en una única propuesta, de fincas, enormes canchas de golf, restaurantes y mucho más. Difícil encontrarlo en ciertos puntos de Europa, pero en el Nuevo Mundo el concepto está bien difundido.