El Bellini es el trago con vino espumoso más famoso del mundo y hoy los cantineros se han transformado en rockstars de la gastronomía. Un viaje cortito por la historia de los destilados, licores y compañía mixeados con los blancos y los tintos.
Corrían los años 30 en Italia y el ya entonces legendario Harry’s Bar de Venecia hervía de visitantes. Giuseppe Cipriani, anfitrión, tomaba un vaso de trago largo y, agregándole una parte de puré de duraznos blancos y tres partes de Prosecco, daba inicio al Bellini, el mejor coctel con vino espumoso que se haya inventado jamás.
El Bellini también tenía sus secretos: nunca duraznos amarillos, un puré rayado a mano (el mixer airearía innecesariamente la fruta), ingredientes súper fríos y jamás aguardiente. Solo así se podía obtener ese cóctel que tanto le hizo recordar a Cipriani las togas de un santo en una pintura del siglo XV delineada por el artista Giovanni Bellini. De allí se lo bautizó y, desde entonces, se han editado mil versiones de este clásico.
Kir y otros
Crema de casis y vino blanco para un Kir, o este último reemplazado por Champagne para lograr un Kir Royal. Las barras ya no resultan solo tierra de destilados. Tintos y rosados son alternativas cada vez más interesantes para la ‘coctelería de autor’: ese campo en el que es el bartender el responsable de obtener tragos de su galera, haciendo combinaciones a gusto y piacere. Incluso algunos arriesgan más y, por ejemplo, incluyen una dosis chiquitita de algún tinto suave a un Spritz que, sumada al Aperol, al Prosecco y al toquecito de agua gasificada, cambia el asunto.
Lo cierto es que por estos días los cantineros se transformaron en rockstars de la gastronomía, lanzando marcas propias, espirituosas artesanales y cadenas de bares pero, sobre todo, esparciendo sobre las barras mil ideas propias que tienen al vino como base. Y esa provocación, evidentemente, es una invitación al disfrute.
