Una columna que reivindica a los vinos blancos. Cada vez más los recomiendo. Cada vez más los pongo en un pedestal. ¿Por qué? Acá te cuento.

Bienvenida la temporada de vinos blancos

En un mundillo dominado por los rojos, una columna que reivindique a los vinos blancos es prácticamente un delirio. Pero quiero ir por este lado. Cada vez más los recomiendo. Cada vez más los pongo en un pedestal. Cada vez más le sacan ventaja a los tintos. ¿Por qué? Bueno, vení que te lo cuento.

Antes de dar el puntapié quiero serles sincero: previo a escribir estas líneas tuve la necesidad interna de convencerme de que no estaría solo en la cruzada; estudios en mano, libros sobre el tablero, consultas surfeando las mil y una páginas web con el solo objetivo de conocer cuántos otros sentían lo que yo: cada vez más, los vinos blancos son elección y recomendación número uno.

Recuerdo cuando, en febrero de 2015, escribí acá en la web la nota “Blancas… ¿al poder?”, en donde hablaba de esta idea incipiente: el vino blanco proponiéndose como al gran tendencia. El tiempo dio la razón.

Luego, llegó un estudio de la consultora TNS que informaba que el consumo de vino blanco era el que más crecía en España con un nada despreciable 7%. Ahí, las antenas de los productores ibéricos comenzaron a hacer foco. ¿Cómo era posible que en una tierra que se jactaba de la frase “el mejor blanco español es un buen tinto” hoy se vea una tendencia de este estilo? ¿De qué forma se adaptaría el consumidor pero, sobre todo, cómo haría el bodeguero para abastecer a una industria que engordaba de tal manera? Entonces la investigación se hizo profunda y, aunque los rojos aún dominaban (y, seguro, dominarán) la escena, se quiso identificar la razón puntual de tal cambio de comportamiento. El momento del aperitivo en bares dio la respuesta exacta: 8 de cada 10 españoles elegían blancos antes que tintos.

 

Y ahora llega el verano, que lo pide a gritos.

Mientras que la cosecha de uvas tintas en el Hemisferio Sur suele prolongarse hasta entrado abril, las blancas comienzan a vendimiarse en febrero, cuando su contenido de azúcares es menor. ¿Cómo es esto? A medida que los granos comienzan a madurar (un punto al que se le llama “envero”, en donde los racimos cambian el color de su piel), su contenido de azúcar va in crescendo, en la misma medida en la que su acidez disminuye. Una fruta “verde”, ácida y difícil de masticar que, con el correr de los meses y su maduración, se vuelve dulce y jugosa.

Cuanto antes se realice la vendimia, entonces, vamos a obtener uvas con mayor acidez. Y esa acidez es la columna vertebral de los vinos blancos, gracias a sus granos recolectados más temprano, cuando la chispa se hace presente en la boca y le brotan a uno las ganas de beberse mil litros.

Ese mismo razonamiento nos lleva a pensar que, cuanto menos azúcar en la uva, menos alcohol en el vino. Y efectivamente así es: la graduación alcohólica promedio de un blanco es inferior a la de los rojos. ¡Bingo! Nada mejor para el verano.

 

La tendencia mundial de los vinos blancos

Hablábamos del caso español al principio, pero ellos no están solos. Australia consume un 60% de vino blanco, mientras que países como República Checa y Nueva Zelanda exhiben valores similares. Incluso Luxemburgo y Finlandia beben más de ellos que de tintos, rosados, dulces y espumosos sumados.

En los últimos tiempos el mercado mundial ha visto tendencias fuertísimas. El boom del Riesling alemán, los Chenin sudafricanos o, incluso, la revolución que el Pinot Grigio y los Prosecco italianos instauraron en mercados maduros como Inglaterra y los Estados Unidos.

Y también su precio, generalmente menos oneroso que el de los rojos. Éste es un punto que personalmente valoro: si a cada botella debemos juzgarla por lo que entrega, el precio es un factor que condiciona. Cuanto más caro, deberemos ser más exigentes. Por eso los blancos también se desempeñan bien en un restaurante con carta de bebidas de precios remarcados: la competitividad de los vinos más claritos es tremenda.

En definitiva, la realidad muestra un cambio de paradigmas. Una tendencia consolidada en la que el vino es llevado a terrenos décontracté… algo que era una ilusión irreal apenas unos años atrás, pero que ahora pareciera que la necesidad de refrescar intensamente a los blancos haya dado el batacazo final para que, ya sin vergüenza al decirlo, los fresquitos y decolorados terminen siendo la alternativa primera al momento de aplacar la sed de las masas.

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Mariano Braga

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