Después de los flying winemakers, la realidad vitivinícola modificó su panorama. Hoy el cambio se gesta en las entrañas de la Argentina, de la mano de enólogos apasionados que lideran una nueva era vitivinícola.
Hace unos pocos años, la reconversión vitivinícola que vivimos en Argentina llegó de la mano de enólogos extranjeros. Cuando los ojos del mundo se posaron sobre los viñedos locales arribó una decena de inversiones de distintas latitudes y, junto con ella, los afamados flying winemakers.
Enólogos como Michel Rolland, Alberto Antonini, François Lurton o Paul Hobbs, todos expertos en la materia. Profesionales que conocían el ABC del vino como la palma de sus manos. Personas que habían sido ya exitosas en sus países de origen y cuya tarea consistía en asesorar bodegas de distintos costados del globo para adaptar sus conocimientos a los terruños locales. Los resultados estuvieron a la vista: Argentina dio el excepcional salto internacional y nuestros vinos se posicionaron en góndolas de todo el globo. Quien dude que esto fuera así, me tendrá a mí de opositor.
Pero en los últimos años parece que las cosas han cambiado.
Mientras que antes la mirada estaba puesta en el know how que llegaba del exterior, ahora los enólogos que marcan el cambio de nuestros vinos lo hacen con pasaporte local. Esas personas son jóvenes y llevan consigo las ganas de revalorizar cada centímetro cuadrado de su tierra, además del conocimiento necesario como para plasmarlo sutilmente en una copa.
Matías Michelini, Marcelo Pelleriti, Leonardo Puppato, Alejandro Sejanovich, Alejandro Vigil, Matias Riccitelli. Hay más, muchos más. Y son ellos los que están marcando tendencias, y gracias a los cuales se comienza a abrir un camino diferente. Algunos, incluso, dan cátedra en bodegas del extranjero.
Esto no quiere decir que ya no haya espacio para los flying winemakers. Bastante lejos de eso está la realidad. Las bodegas siguen necesitando una mirada del exterior: una mente abierta que sea consciente de lo que sucede en las góndolas del extranjero y que, entonces sí, idee vinos y conceptos que capturen los paladares del mundo entero. Simplemente es que parece que esa mente, hoy, viene motivada desde las mismísimas entrañas de la Argentina. Y ¿qué quieren que les cuente? La verdad, me llena de orgullo.
El tiempo del aprendizaje importado pareciera estar dándole lugar a una nueva hora. La hora de mirar para adentro y abrir nuevos caminos.