En Jerez de la Frontera, el vino no solo es una bebida: es parte del paisaje, del lenguaje y de la memoria. Entre sus múltiples estilos, el fino, ese vino blanco seco criado bajo velo de flor, marcó el pulso comercial de la región. Y en esa historia aparece un nombre imposible de omitir: Tío Pepe.
A mediados del siglo XIX, el vino de Jerez vivía una edad de oro. Su fama se extendía desde Londres hasta América. Y los barcos partían del puerto de Cádiz cargados de botas marcadas con nombres que hablaban de familias, viñas y estilos.
En ese escenario, en 1835, un joven comerciante llamado Manuel María González Ángel fundó su primera bodega. La llamó González Byass y bautizó a su primer vino fino con el nombre de su tío José Ángel de la Peña, el hombre que le enseñó a trabajar la bota y a entender la paciencia de la flor.
Así nació Tío Pepe, en una época en que la palabra “marca” aún no tenía el peso que tendría después.
Su éxito no nació del marketing, sino del equilibrio entre tradición y método. Un fino limpio, constante y fácilmente reconocible.
Cómo se elabora un fino: ciencia, clima y tiempo
Para entender por qué el fino jerezano conquistó al mundo, hay que mirar el proceso.
El vino nace de la uva Palomino Fino, cultivada en suelos de albariza, una tierra blanca y calcárea que retiene la humedad invernal para sostener la vid durante los veranos secos de Andalucía.
Tras la fermentación, el vino se clasifica según su estructura y se fortifica con una pequeña adición de alcohol vínico hasta alcanzar unos 15 grados. A partir de ahí, comienza la crianza biológica. Un envejecimiento bajo una capa viva de levaduras, el llamado “velo de flor», que lo protege del oxígeno y le aporta sus aromas característicos de almendra, pan tostado y sal marina.
La magia se completa con el sistema de soleras y criaderas. Un método dinámico de envejecimiento que combina vinos jóvenes con otros más viejos, manteniendo una identidad constante año tras año.
El resultado es un vino seco, brillante y punzante, con una textura salina y una elegancia que lo distingue dentro de los estilos del Marco de Jerez.
De empresa familiar a símbolo de una región
El crecimiento de González Byass no fue inmediato, pero sí sostenido. Mientras muchas bodegas se limitaban al mercado local, Manuel María González entendió el potencial de la exportación. A mediados del siglo XIX se asoció con Robert Blake Byass, un comerciante inglés que abrió el camino hacia Londres, el centro del comercio mundial del vino en esa época.
Ese vínculo marcó una nueva etapa para Jerez: el fino se consolidó como un producto de calidad y las bodegas adoptaron estructuras más profesionales, combinando herencia artesanal con visión empresarial.
Con el paso de las décadas, Tío Pepe se convirtió en un nombre genérico para designar el fino jerezano. Pero más allá del emblema, su historia refleja la evolución del propio vino de Jerez: de producto agrícola a bien cultural; de un negocio familiar andaluz a un referente global.
Hoy, las bodegas del Marco de Jerez siguen usando el mismo método, la misma uva y el mismo clima. Lo que cambió fue la escala y la mirada: de un vino pensado para la exportación británica a uno que recupera su esencia local y se redescubre en clave gastronómica, más allá del aperitivo.
Un vino que resume una cultura
Hablar de Tío Pepe es hablar de Jerez: de una ciudad que vive entre el aroma a mosto, el sonido de las botas y el ritmo del levante.
El vino de Jerez, con todos sus estilos (fino, amontillado, oloroso y palo cortado) sigue siendo una de las expresiones más complejas y fascinantes del mundo del vino.
Tío Pepe, más que una marca, representa la continuidad de esa tradición. Es la historia de un vino que nació en un almacén familiar y se exportó por mar. Y se convirtió en parte de la identidad cultural de España.
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