Por ahí alguna vez escuchaste hablar del Nebbiolo. Quizás hasta en algún momento te tocó descorcharlo y enamorarte de ese olor a rosas que solo aparece después de años. Muchos. O… bueno… posiblemente es ésta la primera vez que lo escuchás nombrar. ¿Sí? Ok, vení que te lo presento.
Octubre cuenta sus últimos días y en las montañas del Piamonte la niebla domina todo. Nubes densas, bajas, coqueteando con las laderas del noroeste italiano en donde crecen algunos de los mejores vinos del Mediterráneo. Y las uvas dulces del Nebbiolo.
‘Nebbiolo’ por ‘nebbia’, claro… ningún otro nombre podría calzarle mejor.
El ADN la delata, porque aunque hoy existen Nebbiolos hechos en Australia, Sudáfrica o México, los estudiosos coinciden en que se trata de una uva indígena del Piamonte, enraizada en aquellas terrazas desde el minuto cero, moldeando su identidad con el correr de las generaciones y traduciéndose siempre en tintos de color ligero, boca agria y taninos rústicos, de esos que tapizan las encías de rugosidad.
El Nebbiolo y Barolo
El Nebbiolo es amo y señor de Barolo, esa región chiquitita en la provincia de Cúneo, cerca de Alba, en donde los tintos toman años en suavizarse. Quizás diez. Son vinos a los que se los espera una generación, pero que al final del largo camino se los encuentra redondos, domados por los años y con esos perfumes a rosas que los hacen inolvidables.
¿Y en Argentina?
Acá en Argentina hay poquito y nada. Hace años recuerdo haber descorchado uno maravilloso de Viña Alicia, pero creo que ahí paramos de contar. Y cuando vas a los números, encontrás que hay poco menos de 50 hectáreas implantadas con la variedad, mayormente utilizada en cortes.
Un comentario
Barbera D’Alba era mi preferido cuando tuve la suerte de vivir en Italia un año y medio. Naturalmente en rango de precio medio bajo (el Barolo costaba casi el triple, el Nebbiolo un poco menos). Cuando volvi el Malbec Doc de Nieto Senetiner me hacia acordar a aquel Barbera de la casa Marchesi di Barolo.