En medio de mis vacaciones, estuve de paseo por vinotecas y restaurantes de la capital inglesa para ver cuánto se sabe y cuánto se habla de nuestras etiquetas en estos rincones del mundo. Éste es el resultado!
No creo que exista en el mundo un mercado tan atractivo como el que Londres le propone al vino. En estos momentos estoy en el hotel, luego de un largo día de caminata por Picadilly Circus, Oxford Avenue, el barrio del Soho y Notting Hill y, en comparación con otras visitas a la ciudad, esta vez Londres me dejó perplejo. No solamente por su belleza, claro, sino sobre todo por el rol preponderante que el vino está jugando.
Todo restaurante tiene una carta admirable de etiquetas. Referencias de todo el mundo con explicaciones detalladas y la posibilidad (envidiable, por cierto) de probar muchísimas de esas botellas por copa. Australia lleva la delantera de una manera avasallante, aunque en los restaurantes van codo a codo con los ejemplares franceses. Luego, España, Italia y Estados Unidos y, solo después, Chile, Nueva Zelanda y Argentina. ¿Alemania y Portugal? Bien, gracias (o algo así).
Marcas argentinas hay de a montones, aunque Doña Paula y Renacer copan muchas de las góndolas. Lurton, Norton, Benegas, Terrazas de los Andes, Catena Zapata y Achával Ferrer también pisan fuerte. El Malbec es prácticamente todo lo que se conoce de nosotros, aunque, sorprendentemente en comparación con otras visitas a Londres, ahora algunos me mencionaron el Torrontés.
Hubo otra cosita que me llamó poderosamente la atención: desde hace poco tiempo se comenzó a producir vino en Inglaterra. Salpicados por la región sur del país se instalaron viñedos de Pinot Noir, Chardonnay y su variedad típica, la Bacchus. Tengo que serles sincero: recorrí largamente la ciudad para encontrar alguno de estos productos, teniendo en cuenta que en Argentina son imposibles de conseguir, aunque no tuve éxito. Me contaron, entonces, que el problema con aquellos vinos es que sus precios están equiparados a los de cualquier otra región del mundo y que, por la juventud de las viñas, los vinos resultan bastante sencillos. Por esto, el consumidor inglés (que se dice bastante avezado en la materia) opta por algún francés, español, norteamericano o australiano. Uno de los sommeliers con los que conversaba en la tienda de Nicolas (la cadena de vinotecas más importante del continente) me dijo: “¿Para qué llevarse un chasco con un Pinot de Inglaterra? ¿Acaso no sos argentino? ¡Entonces tomá un Malbec que vas a ser más feliz!”
En definitiva, tengo que reiterarles mi sorpresa. No recordaba una sociedad tan familiarizada con nuestra pasión. Acá es fácil encontrar vinos de todo el planeta y eso, indiscutidamente, le entrega al consumidor la posibilidad de expandir su mente y su paladar y, en consecuencia, aprender mucho más. En la mayor parte de los restaurantes el camarero está capacitado para hacer un descorche digno, las copas suelen ser las más indicadas para beber (inclusive en restaurantes de precios bajos), las cartas están ordenadas muy fácilmente, con información interesante de cada referencia, y los vinos por copa son moneda súper corriente. ¡Esto último es lo que más envidio!
¿Algo para aprender en nuestras pampas? Sí, claro que sí…