Algunas geografías a las que, a priori, poco apostaríamos tienen una producción divina de blancos y tintos que merece ser contada. Así que acá vamos con Israel y sus vinos.

Heterogéneo. Así es el mercado de una de las potencias vitivinícolas más prometedoras del este del Mediterráneo. Con una orientación a plantar por aquí y por allá uvas de las llamadas “europeas” (Cabernet, Sauvignon Blanc y compañía), Israel también lleva una bandera propia en materia de vinos: la Argaman.

Pero les decía que el panorama que uno puede llevarse de las bodegas de este país es algo extraño. Por ejemplo, en Israel está registrado Carmel Winery, el productor más grande del este del Mediterráneo y de Medio Oriente  y, a poquititos metros, tenés más de doscientas bodegas familiares en donde el vino es producido de forma casera en el garaje de la casa.

Parte de su historia

Esto pareciera ser así desde hace tiempo, con un paisaje dominado por muchos pequeños emprendedores. Las variedades más tradicionales siempre han sido la Cariñena y la Colombard, aunque suelen ser utilizadas para blends de grandes volúmenes y baja calidad. De a poco, esta categoría está siendo sustituida por Cabernet Sauvignon, Merlot, Chardonnay y Sauvignon Blanc. También el Syrah (acá, como en Australia, usualmente llamado “Shiraz”).

Así, el 25% de la superficie es ocupada por la Cabernet Sauvignon, seguida por Merlot (20%), Cariñena (16%) y Syrah (7%). ¿Pero entonces son todas cepas reconocidas? Casi sí. La única excepción es la Argaman, una uva tinta creada en el país a partir del entrecruzamiento de la Souzão y la Cariñena.

¿Vamos a los números?

Son 7.200 hectáreas, concentrando 35 bodegas comerciales y más de 250 boutique y de garaje (anoten este dato: las cinco empresas más importantes tienen cerca del 80% de la superficie total cultivada). El consumo anual per cápita es de 4 litros y el mercado interno supone un movimiento de 200.000.000 de dólares anuales, cuyo 15% es representado por las importaciones (Argentina en tercer lugar).