Científico loco, desaliñado. De pantalones sucios y botas manchadas con cada una de sus batallas. Aquello no cambió, pero ese enólogo llegó hoy al lugar de estrella.
Va el último bocado de estas milanesas con puré que, de verdad, están buenísimas. Puré súper mantecoso y con mucho perejil, como me gusta. Al lado tengo la cosecha 2008 del Gran Syrah de Finca Los Moras… la verdad, hacía tiempo que no lo probaba, y estoy enamorándome de a poco de esa nariz.
Es una noche distinta. Ceno mientras escucho la radio, algo fuera de mi día a día. Igualmente se oye hablar de Chardonnay, taninos y fermentaciones, lo cual tiene más sentido. En la radio se habla sobre los enólogos y el papel de comunicadores que hoy han elegido desempeñar. La “reivindicación” de ese hacedor, me gusta llamarlo. “Reivindicación” es una palabra que aporto yo, pero podríamos decir que es el justísimo reconocimiento a esa persona que siempre estuvo detrás del vino y que hoy, gracias a la democratización de la comunicación que plantean las redes sociales, tomó la voz cantante.
Es extraño. Durante larguísimos años el enólogo solo fue ese científico loco, desaliñado, de pantalones sucios y botas manchadas con cada una de sus batallas. Hoy eso no cambió, pero sí es cierto que ese creador se puso también en un lugar que siempre mereció. Y me animo a decirlo: incluso muy por encima de nosotros, los sommeliers. Sí, lo digo con conciencia: ese personaje que le pone el alma y el cuerpo a cada vinificación, a cada barrica, a cada mañana de marzo entre viñas, se merece todo nuestro respeto, por encima de todo y todos.
Los sommeliers somos importantes. Nuestro rol está bueno, como también es fantástico el papel que juegan los bloggers, el consumidor anónimo, el aficionado. Pero el enólogo es distinto. Da una mirada certera, a veces técnica, pero pocas veces más de lo que un sommelier snob puede murmurar entre labios.
Es hermoso que ese creador haya decidido compartir lo que sabe, lo que las fincas cordilleranas le cuentan cada día. Vuelve al enólogo más humano, poniéndolo en la posición de amigo. No en la de un rockstar, esa personalidad no sirve de mucho para la industria, sino en la humildad de saber que en sus manos se posa un terrible encargo para quienes disfrutamos algunos sorbos de, por ejemplo, este Syrah que sigo oliendo con frenesí.
Democratizar, en un lugar en el que todos somos igualmente importantes. Pero en un lugar en el que, también, no todos tenemos la responsabilidad de cuidar el fruto de la vid, de darle forma para que crezca en una botella.
Eso lo hace el enólogo, y qué mejor que empezar a conocerlo.