Cerca del fin del mundo está Noemía de Patagonia, una bodega argentina que plantea una receta sencilla: elaborar apasionadamente tintos que, ante todo, respeten lo que dicta su terroir.
Valle Azul está en el límite exacto en donde termina todo rastro de vida posible y el desierto patagónico se muestra entero. “Una tierra de ensueño”, como le gusta llamarlo a Hans Vinding-Diers y a la Condesa Noemi Marone Cinzano, dueños de Noemía de Patagonia, un proyecto que hoy es una de las más prestigiosas bodegas nacionales, autora de verdaderos vinos de culto.
La historia comenzó no hace tanto tiempo, poco más de 10 años atrás, cuando Hans, enólogo danés formado en Burdeos, llegó a nuestro país para asesorar a la bodega rionegrina Humberto Canale. Ahí descubrió perdidos unos antiguos viñedos de más de 80 años de edad y sucumbió ante su encanto. Hoy, está instalado en Valle Azul, provincia de Rio Negro, junto con la Condesa Noemi Marone Cinzano, su socia y compañera de vida. Ella es, además, la propietaria de la bodega italiana Argiano, considerada dentro del puñado de los mejores productores de Brunello di Montalcino. Juntos se propusieron elaborar un verdadero Malbec de clase mundial. Y vaya si lo lograron. Hoy, Noemía de Patagonia es una de las bodegas top del país, con etiquetas que conquistan al mundo entero por su calidad, concentración y ese particular encanto de los suelos en el sur del continente.
Esa mañana del 30 de enero de 2009, había amanecido temprano con la idea de recorrer los viñedos que Noemía posee en las cercanías de la ciudad de General Roca, en Río Negro. De la mano de Oscar Ferrari, gerente de la bodega, nos subimos a bordo de esa sorprendente aventura del enoturismo, recorriendo las instalaciones, comiendo algunas de esas uvas que aún estaban en la vid y, obviamente, llenándolo de preguntas que, en su mayoría, giraron en torno al por qué se les ocurrió apostar tan fuerte a ese lugar en el extremo del continente.
Finalmente, llegamos a la sala de degustación. Allí nos esperaban la Condesa Noemi Marone Cinzano y su esposo y winemaker, Hans Vinding-Diers. Claro que no estaban solos. De hecho, estaban acompañados por otros 6 invitados: la línea completa de su vino top, el Bodega Noemía, cosechas 2001, 2002, 2003, 2004, 2006 y 2007. Lo que se dice una cata vertical (el mismo vino, pero de distintos años de vendimia)… pero esta es una cata vertical de lujo que únicamente se había realizado tres veces en su historia.
Como se suele hacer en estos casos, comenzamos por la cosecha más reciente, la 2007, para ir luego analizando la manera en la que ese vino había evolucionado a lo largo del tiempo, terminando por el Bodega Noemía 2001.
Casi a punto de retirarnos y seguir viaje después de esa tremenda experiencia, Hans nos pide que lo aguardemos unos instantes porque aún teníamos algunas sorpresas por delante. Cuando vuelve, traía en sus manos 2 botellas pero esta vez sin etiquetas, marcas ni inscripciones… era la prueba final de algo que, intuía, iba a ser grandioso. Por un lado descubrimos lo nuevo de Bodega Noemía: un blend de Cabernet Sauvignon y Merlot y, luego, una «travesura» íntima que no tenían pensado sacar al mercado pero que quería compartir con nosotros: un Syrah salvaje con la característica nota mineral de los suelos patagónicos.