En esta nota te cuento sobre la antiquísima tradición vitivinícola de Croacia, los nuevos tiempos, sus curiosas (y difíciles de pronunciar) cepas autóctonas y el predominio de los vinos blancos.
Punto uno: encontrar un Cabernet Sauvignon croata puede ser una tarea titánica.
Es que en este país no existen registros interesantes de las variedades internacionalmente conocidas. La tradición está vinculada, en cambio, a la producción de Graševina (una cepa blanca originaria de la zona antes dominada por el Imperio Austrohúngaro), Malvasija Istarska (otra variedad blanca que, a pesar de su nombre, nada tiene que ver con la Malvasía mediterránea) y Plavac Mali (la tinta emblema del país que surgió del entrecruzamiento de otras dos cepas croatas: la Zinfandel y la Dobričić).
¿Un dato curioso? En algún momento tuvimos en Pampa Roja un vino elaborado a base de Plavac Mali que habíamos traído de un viaje a Croacia. Cargamos varias botellas del Dingač 2010 (de la bodega Matuško Vina) y la pusimos en carta, pero desaparecieron como por arte magia en cuestión de meses.
El tema es que Croacia carga, de verdad, con una enorme tradición. El primer registro de producción de vino en el país se remonta al año 2200 antes de Cristo, así que dense una idea.
Probablemente uno de los mayores desafíos de la industria local fue sortear los cimbronazos que política y culturalmente sacudieron al país. Luego del impulso que le dio el reconocimiento del cristianismo en el siglo IV, con la experiencia de la iglesia católica en materia vitivinícola, vinieron tiempos difíciles. En 1945 se estableció el régimen comunista que, por la colectivización de las tierras y compañía, terminó por destruir casi toda la producción. Cuando Croacia se independiza, en 1991, comienza una nueva época de apogeo con reinversiones enfocadas en la alta calidad.
Así es como, hoy, existen cerca de 17.000 productores registrados, 35.000 hectáreas de viñedos y unas 2.800 etiquetas distintas con certificación de origen.