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(Malas) influencias

Las sugerencias ajenas son algo corriente para el bebedor de vinos; por eso, les propongo una mirada divertida para analizar cómo fracasamos en el intento de escapar de las opiniones de terceros.

La situación era así: una pareja de turistas norteamericanos estaban de visita por una de las muchas vinotecas de Mendoza. En sus manos tenían la última edición de la prestigiosa revista Wine Spectator, en la cual había un apartado especial con decenas de vinos argentinos puntuados por el panel de catadores de la publicación. Con un ojo atento a la larga fila de etiquetas que colmaban la góndola y el otro ojo puesto en las calificaciones que había obtenido cada producto, la pareja elegía únicamente aquellos vinos que, de acuerdo a la revista, eran excepcionales; no miraban precios, variedades de uva, nombre de la bodega o zonas de producción, solamente se preocupaban por los 90 puntos o más que aquel panel había dictaminado.

Este contexto no es aislado en lo absoluto y, de hecho, todos los consumidores solemos actuar de igual manera: pedimos recomendaciones, miramos programas de televisión específicos de vinos y, claro, leemos ciertas revistas del sector. Allí, en cada una de esas situaciones, somos expuestos a opiniones ajenas, juicios de valor sobre los aromas y sabores de un vino pero también sobre el nivel de calidad de las cosechas, los resultados que ha obtenido cierta bodega en el mercado o el prestigio que ha ganado alguna etiqueta en algún rincón del mundo.

A simple vista, esto no es un problema. Sin embargo, podría llegar a transformarse en uno si nosotros, como consumidores, dejamos a un lado nuestra voz y solo obedecemos al paladar ajeno. Déjenme que les cuente una anécdota que les dará una buena imagen de esta realidad…

Hay pocos gurúes del vino tan reconocidos a nivel mundial como Robert Parker. Este personaje cataloga periódicamente cientos de etiquetas de todo el planeta bajo la ya famosa escala de los 100 puntos. Obviamente, como crítico especializado ha cosechado durísimas acusaciones; pero por sobre cualquier denuncia, hay una realidad que emerge: absolutamente todos los dueños de bodegas esperan ansiosos a que Parker califique a sus vinos. Esta anécdota me sucedió algunos meses atrás en una de las regiones más prestigiosas: Pomerol, Francia. Allí, donde la variedad Merlot da mejores resultados que en cualquier otra latitud del mundo, hay algunas pocas bodegas que destacan y cuyo posicionamiento en el mercado es tan fuerte que nadie los puede derribar. Bueno… en realidad eso es lo que yo creía. Hasta que llegó Robert Parker.

De visita por una de esas bodegas (dentro del pequeñísimo puñado de afamadas que les cuento), el enólogo a cargo me confesó que ese día había ocurrido un evento que les auguraba un futuro maravilloso: en la revista The Wine Advocate (la que dirige nuestro amigo Parker) sus vinos habían sido los más apreciados de todo Pomerol. Eso no solamente significaba un altísimo prestigio, sino que, además, las ventas estaban aseguradas.

No llama mi atención la importancia sustancial que tiene que un periodista hable bien de un vino y que, por lo tanto, todo quien lo escuche o lea quiera luego comprarlo. Lo que sí es digno de asombro es que ni siquiera las bodegas ícono del mundo pueden escaparle a esta situación.

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